miércoles, 14 de diciembre de 2011

Pronombres tónicos


YO

Piedras de hielo golpeaban los cristales de mi habitación desde hacía días, retumbaban como un redoble de tambor  y me impedían perderme en el sueño. 22 de diciembre. No volvería a casa esas navidades. No porque no pudiera, no, simplemente porque no quería, y no era que no quedaran billetes (como le había dicho a mi madre), no era eso. No me apetecía sonreír sin ganas, ver a mis amigos y decir “¿qué tal?” “Bien, ¿y tú?”. Odiaba ese “¿y tú?”. He leído que las personas son menos felices en el momento en que se les pregunta si lo son, como si de repente se dieran cuenta de que podían serlo más, de que todo podía ser  mejor. O quizás es que siempre esperamos demasiado, creamos expectativas  en rascacielos de 937 pisos que solo son factibles en la ficción.

Y lo peor es cuando nos arrepentimos y no somos capaces de rectificar. Un muro de hormigón-orgullo nos lo impide. Así que por mucho que me gustara coger un avión e irme a casa, ahora estoy condenada a una sopa de microondas en la oscuridad de mi inoxigenado piso mientras veo películas de la categoría “no pensar”. Pero no, no siempre he sido tan fatalista. Es la fecha, me saca de mis casillas, los sentimientos fingidos, como todos sonríen y de repente, se sienten felices. No es que nunca haya sido feliz en navidad, en verdad, todas mis navidades son calificables de felices (menos cuando descubrí  la falsedad de los Reyes Magos), y en el fondo, tengo la esperanza de que estas también lo sean.

“Se tarda exactamente cuatro segundos para ir de aquí a la puerta, yo le doy dos” Que bobada. Y la séptima película del día terminaba sin dar sentido a mi vida. Necesitaba un piti. Acabados. Chocolate. Acabado. Mejillones en escabeche. Tampoco. Filadelfia. Nada. Estaba claro que tarde o temprano tendría que salir al frío cortante de la sociedad. De momento podría sobrevivir dos horas más con un yogur caducado de macedonia y queso rallado para los espaguetis, sin olvidarnos, de las tres insípidas galletas del fondo del armario.




Hacía semanas que no salías de tu piso. Empezaba a preocuparme, incluso se me había ocurrido llamar a la policía, pero, ¿Qué iba a decir? ¿Qué insospechado desde el escaparate de la librería te veía salir todos los días? ¿Que tenía una lista mental de todas tus idas y venidas? Siempre podría hacer una llamada anónima desde la cabina telefónica de la esquina…

Allí estabas. Sin peinar, con los pantalones de pijama por dentro de tus botas de invierno preferidas y un chaquetón dos tallas más grande de lo adecuado. Parecía que el aire te dañaba los pulmones y caminabas de manera invisible. Y lo conseguías, eras invisible para todos los transeúntes  de la calle. Caminabas indiferente mientras te deslizabas al interior del Caprabo. No pasaran ni cinco minutos y ya te encontrabas de nuevo en la calle. Vi balancearse tu cobre melena y cuando quise darme cuenta habías vuelto a refugiarte en la soledad del asfixiante techo. Tus persianas seguían bajadas.

ELLA

Cuando mi madre me dijo que le había dicho la vecina de al lado que “ella” no iba a venir a casa estas navidades comencé a preocuparme. Ella siempre había puesto el árbol de navidad, y aunque parezca un motivo extraño para tener preocupación, estaba preocupado. ¿De verdad iba a dejar que colocara los lazos azules y plateados a mi antojo, sin seguir una armonía milimétrica?

Así que, bajo los efectos de mi ingenuidad, sin saber cómo, me había tele transportado al asiento 13 del primer bus Ourense- Madrid. Tenía la sensación de estar viajando al pasado, y había olvidado por un momento todo aquello que nos había separado. Pero  tras tres horas de viaje me había despertado de mi aletargo y había comenzado a pensar de forma racional. A lo mejor no venía porque ya tenía a alguien con quien pasar las navidades y yo me iba a presentar espontáneamente en el primero puerta C del nº 52 de la calle Palmípedo. Entonces todas las discusiones a horas intempestivas volvieron a mi mente y comenzaron a representarse como una escena de teatro iluminada con foco bermellón.

Ella comía siempre con las piernas sobre la silla y nunca escuchaba lo que le decía, vivía en un mundo lejano a años luz de la realidad pero a veces le daba por hacer caso de la fuerza de la gravedad y caía golpeándose contra la realidad. Y entonces la veías magullada, andando como con otra “ella” sobre la espalda durante semanas. Cuando estaba en ese estado de aletargo jamás se podía hacer nada. Aún me acordaba cuando, hace 10 años había descubierto la verdadera personalidad de los reyes magos. En su puerta había pegado la carta que venía en el catálogo del “Centroxogo” en blanco.

Por lo menos le dejaría mi regalo de navidad.

NOSOTROS

El timbre me despertó de mi aletargado sueño despierto. ¿Quién sería?  No pensaba abrir. Nadie que me interesara podía estar al otro lado de la puerta y desde luego, no quería ninguna enciclopedia.

-          Thais? Abre… Thais? Son eu…

¿Gael? ¿Pero que hacia aquí? Me abalance sorprendida hacia la puerta, pero me detuve en el instante en que la imagen de la nevera de una desconocida penetró en mi pupila.

-          Vou!

Nosotros jamás habíamos pasado unas Navidades separados. En realidad, era el primer año que estábamos a tantos quilómetros de distancia (sin contar el tiempo que habíamos pasado a años luz mentales). Y, hasta escuchar su voz, no me había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Por lo menos ahora estaba peinada. Gael me sonreía al otro lado de la puerta con un abeto de plástico bajo el brazo izquierdo y una caja con lacitos azules y plateados en la derecha.  Me dedicó una mirada escéptica mientras me recorría de la cabeza a los pies y luego nos fundimos en un efímero abrazo.

VOSOTROS

Las persianas volvían a estar levantadas. Quizás habías terminado tu autorreflexión, o a lo mejor volvías a casa por navidades… En la segunda ventana, la del salón, se asomó un chico bastante joven con barba, sonreía y hablaba, hablaba y sonreía mientras sostenía unos lazos azules… ¿quién era? Y, ¿qué hacía en tu piso? Entonces tú apareciste por detrás con una Coca-cola en cada mano, sonriendo y peinada.

Hablabais, sonreíais, sonreíais, hablabais, hablabais y sonreíais. Como en una de esas comedias americanas odiosas, que siempre terminan de la misma forma y olvidan a los personajes principales, los extras. El que está en la barra del bar en el que bailan, el mismo que arregla el coche al protagonista y le vende el vestido para la fiesta a la protagonista. Estas navidades volvía a ser el personaje olvidado y el regalo que te tenía preparado terminaría de nuevo en secreto en la basura. Y como cada año continuaba observando tú vida desde la sombra, deseando ser el actor principal y no el extra que se cruza contigo en la calle y al que ni siquiera miras de reojo.

En ese momento, él descubrió mi escondite y me dirigió una mirada interrogante y pasajera pero en un acto camicace le cogiste de la mano y lo dirigiste a la protección del ladrillo y bajo su opacidad desaparecisteis de mi campo visual.

ELLOS

Habías cambiado. Tu pelo caía sutilmente hasta tu ombligo y ocultaba las perforaciones de tus orejas. Parecía que llevabas días sin salir de casa, pues tu piel pálida parecía poder  romperse con un rayo de sol. Los dos habíamos cambiado. Éramos personas diferentes a las del pasado y seguíamos siendo las mismas.

Me dirigí a la ventana y vi cómo la gente corría ajetreada de tienda en tienda ultimando los regalos. Ellos, los transeúntes, los que te veían pasar todos los días y ni siquiera notaban tu presencia, los que te saludaban sin mirar, todos esos cuerpos vivaces eran ajenos a ese momento que sólo compartíamos tú y yo. Nosotros y no ellos.

Estaba fundido en esta reflexión cuando ni siquiera me di cuenta  de que llevaba media hora hablando eufórico y cogía la Coca-cola de tu mano, contándote todo lo que ya te había contado mentalmente en un viaje en bus de 6 horas y media. Sólo una persona parecía estar inmóvil en las sombras, como observándonos…

-          ¿Por qué no salimos a cenar? – dijiste mientras me cogías de la mano, arrastrándome hasta puerta.

-          ¿Qué?

-          ¿Salimos a cenar?

-          Vale.

2 comentarios:

  1. Luceciña de neóndiciembre 14, 2011

    Delirio 1....

    espero que non che empache os peces =) JAJA

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  2. un brindis para inaugurar este sitio?
    Brindo por todas as tormentas,os barruzos,os orballos,trombas e auga a caldeiros reais e imaxinarios,que nunca nos den descanso!

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